24.2.14

Muerte de un RC

Este cuentito lo escribí hace mucho, en las épocas del foro, y lo publiqué en mi blog personal en su momento. Lo reedito acá que está más en tema.

Entra Reenviador Compulsivo.  San Pedro lo saluda.
–Buenas y Santas...
–¡Que tengas un hermoso día!–saluda Reenviador Compulsivo con precisión de power point. San Pedro revolea los ojos.
–¿Nombre?
–Brian Miranda– San Pedro busca en la lista.
–Ah, sí, acá está, Miranda, Brian. –lee para sí–. Ahá. –lo mira– Pase por aquella puerta, por favor.
Reenviador Compulsivo se dirige tímidamente a la puerta que acaba de aparecer, con un cartelito dorado que dice "Gerencia". En el escritorio hay sentado un muchacho de barbita, con una camisola color crudo, que le tiende la mano.
–Jesús de Nazareth, encantado. Tome asiento por favor. – A Reenviador Compulsivo se le caen las lágrimas de la emoción y hace Su voluntad. O sea, se sienta. Jesús saca un bibliorato que apenas puede cerrarse con el nombre del finado en el lomo.
– Para poder admitirlo, primeramente vamos a tener que limpiar sus pecados... Reenviador Compulsivo da un respingo.
–¿TODO eso son mis pecados?
– Sí. Bueno, todos los pecados de los que no se arrepintió en vida, los otros ya se eliminaron del archivo, por supuesto. Pero no se preocupe, porque si hay varias ocurrencias de un mismo pecado se puede arrepentir de todas juntas. Así se agiliza el proceso. Igual tenemos tiempo. Jeje.
– Pero... pero no puede ser... son muchos... yo fui un tipo bueno... y me morí joven...
– Vamos a ver. –Jesús abre el bibliorato y pasa el primer separador–. Hmm. Robo. Usted se afanó de su trabajo entre 1996 y 1998 diecisiete cartuchos de impresora, tres cables de computación y un mouse óptico.
– Sí, estee... ya sé que no tendría que habérmelos afanado. Es que yo estaba muy estresado en ese trabajo, me sentía muy maltratado... y en ese momento afanarme los cartuchos me hizo sentir que yo también tenía un poquito de poder sobre ellos...
– La venganza no es buena.
– No, ya sé. También me afanaba biromes.
– Qué me interesan, las biromes, Miranda, no me desvíe la atención sobre cosas veniales. ¿Se arrepiente?
– Me arrepiento.
– Bien. –Jesús arranca la hoja y ésta se desvanece en el aire. Pasa el segundo separador–. Falso testimonio.
– ¿Eh? si yo nunca salí de testigo ni de casamiento...
– Precisamente. Usted sabía que su amigo se iba al telo con su amante y sin embargo lo cubría diciéndole a la esposa de él que estaba visitando clientes en Campana...
– ¿Y qué más podía hacer, yo? ¿botonear a mi amigo?
– ¡Hacerse el gil, Miranda! Su amigo se tiene que saber tapar las cagadas él solo. ¿O a usted le gustaría que los compañeros de su mujer le hicieran lo mismo cuando ella se encuentra c— eh... si ella se encontrara con alguien más?
– Y... no.
– ¿Se arrepiente, entonces?
– Me arrepiento.
– Bien. –Jesús arranca la hoja, que desaparece, y pasa el tercer y último separador. La pila de hojas archivadas llena el bibliorato a reventar. –Reenvío compulsivo de emails.
– ¡¿Qué?! ¿Me está diciendo que reenviar un email es pecado?
– Uno no, por supuesto. Ni dos, ni cuatro. Acá no estamos para sandeces. Como tampoco le contamos los cigarrillos que se fumó en el baño del micro a Camboriú, o la vez que le tocó el culo a su prima. Pero lo suyo con los emails es de cuidado.
– No entiendo.
– Un promedio de 4.3 mensajes reenviados por día laboral, 21 días laborables de promedio por mes, 11,2 meses trabajados por año, 11 años de vida laboral con internet... Usted reenvió más de 11 mil mensajes, Miranda.
– ¡Pero tenía que hacerlo!
– No, Miranda. Es más, varios de sus contactos le pidieron expresamente que no lo hiciera.
– ¡Pero era necesario! ¡Si no me hubiera pasado algo terrible!
– No diga pelotudeces, Miranda. A nadie se le cae un piano en la cabeza por no reenviar un mail.
– ¡Pero no podía arriesgarme...!
– Pero nada. ¿O acaso a alguno de esos amigos que le pedían que no les reenviara cosas le pasó algo?
– Hasta ahora no, pero...
– ¿Pero qué?
– ¿Y mi suerte qué? ¿Cómo iba a ser exitoso en mi vida, y conseguir a la mujer que amo si no pasaba los mensajes a mis contactos?
– Le hago una preguntita, así al paso, retórica, porque igual acá sabemos todo de todos... ¿Apareció Pampita en la puerta de su casa, como le pidió al tótem de la suerte?
– Eh...
– ¿Cuánta plata le mandó Bill Gates por pasar el email que decía que le iba a mandar plata?
– Todavía no recibí nada, pero...
– ¿Usted sabe cuántas veces reenvió ese email?
– No.
– Quince. ¿Usted se cree que Bill Gates hizo fortuna regalando cheques a ilusos como usted?
– ¡Yo hice lo que tenía que hacer! ¡Yo fui un hombre bueno, ayudé a niños enfermos!
– ¡No me macanee, por favor! ¿Sabe cuántas Rachel Arlington tenemos acá arriba? ¿O en lista de espera?
– ¡Yo qué sé!
– Ninguna, porque no existe. Usted no existe, Miranda.
– ¡Jacqueline Saborido existe, la vi en la tele!
– No le estoy hablando de Jacqueline. O sí, también, porque la buena de Jacqui no recibió un solo centavo de ningún email. Ustedes los mortales no tienen la manera de hacer ese seguimiento. No puede ayudar a nadie reenviando mails a troche y moche. Acéptelo, Miranda. Sálvese.
– ¡No, no! ¡Yo fui un ciudadano comprometido! ¡Creé conciencia sobre el expolio del territorio patrio, la explotación laboral, la...
– ¿...Inseguridad, el derroche de recursos naturales? ¿Usted me está tomando de pelotudo, Miranda? ¿"Ciudadano comprometido"? ¿Cuántos de esos problemas se solucionaron gracias al email que Ud. reenvió? ¿A ver?
– Y, no sé...
– No sabe porque ni siquiera sabe lo que estaba reenviando. –al Flaco se le dibuja una sonrisita ligeramente socarrona. – A ver, digamé... ¿Estaba muy oscuro el 9 de marzo? ¿Hubo mucho ruido?
– ¿Eh? – pregunta Reenviador Compulsivo, descolocado. – ¿De qué me está hablando?
– Del apagón con cacerolazo, Miranda. Con el que iban a reclamar por la seguridad, el endurecimiento de penas... Se lo reenvió a 83 contactos, 14 de los cuales viven en otro país, y 6 de los cuales son repetidos, o sea que hay 6 personas que lo recibieron dos veces... no, perdón, 5 –se corrige el Flaco releyendo la hoja–. A su hermana se lo mandó 3 veces.
– Bueno, si nadie más salió... Digo, no iba a ser yo el único gil, ¿no?–Jesús se agarra la cara y se acomoda el pelo, lanzando un suspiro.
–¿Me está mintiendo, a mí? Usted es más imbécil de lo que yo pensaba, disculpemé... –Reenviador compulsivo desvía la vista. ¿Siente, por fin, vergüenza? Jesús se levanta y empieza a caminar por el despacho, sin tocar el suelo.
– No me acordé de que era la fecha.
– Y, no. ¿Cómo mierda se va a acordar? Si ni siquiera se acuerda de la gente que le explicó que todos esos mensajes eran mentiras y pelotudeces cazabobos para que los spammers recolecten direcciones, gente que usted dice apreciar y respetar y que le pidió por buenas y por malas que no le reenviara más basura...
– No es basura. Si ellos no quieren enterarse de verdades incómodas...
– ¿Usted es sordo o pelotudo, Miranda? ¡Son mentira! ¡Men–ti–ra! –el Flaco se deja caer de nuevo en el sillón–. Arrepiéntase, Miranda. Por favor, no tengo ganas de pasarme acá dos siglos. Arrepiéntase, le damos su túnica, se reencuentra con sus abuelos, su perro Batuque, son felices por toda la eternidad... Reenviador Compulsivo se lo queda mirando como si le hubieran ordenado preparar un gatito bonsai.
– Pero no tengo nada de qué arrepentirme.
Jesús suspira. Toma el teléfono y disca un interno. – ¿Seguro? –le dice a Brian.
– Más vale. Vos lo sabés... (te puedo tutear, ¿no?) Yo nunca tuve miedo de divulgar la Verdad, de desenmascarar a los conspiradores, de proclamar Tu nombre...
– ¿Fer? –dice Jesús en el teléfono–. Tengo un RC. Sí, otro. Okey –cuelga. De inmediato, la luz de la habitación se hace más tenue, y un olor a after shave barato invade el ambiente. Junto al Flaco aparece un tipo grandote y musculoso como patovica de discoteca, pero lo que llama la atención de él es su piel roja y los cuernos que le salen de ambos lados de la frente.
– ¿Otro má, Chechu? –pregunta el recién llegado. Jesús se encoge de hombros, con gesto resignado. –Lucifer, un guto, eh –se presenta el de los cuernos, y vuelve a dirigirse a Jesús. – ¿Pero le hablate, vó?
– Más vale que le hablé.
– Hacéééle caso al Flaco éte, eh –le dice el diablo a Miranda con sonrisa compinche–. ¡Arrepentite, vieja, dale!
– ¿A–arrepentirme? –tartamudea Brian, asfixiado por la colonia barata–. ¿De qué?
Lucifer lo mira al Flaco.
– Como diez minutos le estuve dele que dele. –informa Jesús.
– Uh, loco, bajón, vó, lo tuyo, eh. Ya me mandate tré hoy con éte, eh. –Lucifer comienza a enmanillar al Reenviador Compulsivo, que implora entre sollozos.
– ¡No, por favor! ¡Tiene que haber un error! ¡Yo soy un buen amigo, contesté el cuestionario! ¡Soy un buen cristiano que no tuve miedo de decirle a todos mis contactos que creo en Dios! ¡Evité que les cerraran la casilla de Hotmail a todos mis amigos!
– Ponéte media pila, Chechu, eh –lo reta el diablo–. No sé, loco, hablále má, decile a tu vieja que te dé una manito, loco, pero me etá llenando el rancho de gile, vite. Me etoy quedando sin cadena pa atar todo eto vago, eh.
– ¿Sin cadenas? –sonrió Jesús con amargura.
– Sí, loco.
– Dichoso de vos, Fer. Yo hoy ya recibí como veinte...